Opinión | Un castillo para Baltasar Lobo

Sara Núñez Izquierdo

El sitio de los museos

Las figuras y las formas anatómica se elevan sobre pétreos pedestales, el bronce como sujeto y la piedra caliza como fondo

Escultura de Baltasar Lobo en el castillo de Zamora.

Escultura de Baltasar Lobo en el castillo de Zamora.

Lo primero que hago cuando viajo a una ciudad es informarme sobre sus museos. Dependiendo del tiempo del que disponga, visito, como mínimo, aquellos que me cuentan la historia de la localidad o la de algunos de sus protagonistas más ilustres. Habitualmente, estas instituciones se encuentran en el centro de las capitales y se encajan en edificios históricos, en muchos casos inadecuados para este fin, o se instalan en inmuebles de nueva construcción que rápidamente quedan obsoletos. De manera acelerada y con mayor o menor acierto, estos museos nos muestran las presencias y las ausencias de lo que posteriormente descubriremos callejeando, paseando o, simplemente, disfrutando de sus terrazas. España cuenta con museos de ciudades en toda su geografía, alimentados principalmente con obras obtenidas de las desamortizaciones del siglo XIX, y también el resto de Europa, siendo uno de los más conocidos el Musée Histoire de Paris Carnavalet, por ser uno de los primeros de este tipo.

Zamora no es una excepción. Esta localidad cuenta con museos de variadas colecciones y criterios museológicos. Todos ellos muestran cariño por la ciudad y saben conectar no solo con los foráneos sino también con sus ciudadanos. Son joyas repartidas por su casco histórico que, como cajas fuertes -al igual que la singular vitrina del museo de Zamora, diseñada por los arquitectos Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla-, divulgan y protegen un valioso patrimonio.

Si durante años Zamora ha estado obstinadamente vinculada a su condición de ciudad románica, en fecha reciente ha conseguido encontrar y hacer aflorar lo que contadas capitales castellanas poseen: arquitectura modernista. Efectivamente, en las primeras décadas del siglo XX brotaron entre las robustas piedras medievales la sinuosidad y la ligereza en los alzados de las casas proyectadas por arquitectos como Francisco Ferriol Carreras, Gregorio Pérez Arribas o Miguel Mathet y Coloma. Estos edificios se identifican fácilmente, ya que están dotados de vistosos miradores y singulares balcones plagados de estilizados motivos vegetales. Esto ha hecho de esta urbe un espacio único y, desde el año 2009, de obligatoria parada al formar parte de la Ruta europea del Modernismo.

Todo edificio es un valioso testigo del peso que desempeña la arquitectura en el espacio urbano y responde a la importancia de los gustos y las necesidades de cada época entendido como el espíritu del tiempo, perfectamente definido en el concepto alemán Zeitgeist. Es en este recorrido donde los cruces de caminos son decisivos. Me refiero a las esculturas de Baltasar Lobo y su relación con la ciudad y, en concreto, las que se ubican en un icónico rincón de esta localidad: el castillo de Zamora, del que se conservan dos recintos amurallados, una barbacana y un foso, junto al jardín que lo rodea. Este es el marco donde las figuras y las formas anatómicas de Lobo se elevan sobre pétreos pedestales y marcan su presencia y sus volúmenes a través del contraste de la reducida paleta de los materiales empleados: el bronce como sujeto y la piedra caliza como fondo.

Los vestigios medievales son perfectos contenedores de piezas del siglo XX de la mano de la exquisitez, la elegancia, la reflexión, la contención y la emoción, a través de las que se proporciona al visitante una experiencia única de la visita

En contra de lo que se pudiera pensar, el diálogo complejo entre las connotaciones históricas del edificio y los objetos que alberga enriquece aún más esta apuesta. Se trata de una acertada solución donde se propone un itinerario con un marcado sentido escenográfico en el que se implica al visitante directamente con el lugar. En realidad, este doble objetivo no es algo exclusivo de este caso, pero sí muy significativo. Podemos mencionar otros ejemplos en los que, partiendo de un castillo como continente, los arquitectos lograron alojar y mostrar una serie de obras en las que el recorrido tenía tanta importancia como el contenido. Este es el caso del Castello Sforzesco de Milán, que, tras ser bombardeado en 1943, fue en 1954 restaurado y adaptado con fines museísticos por los técnicos de la firma BBPR, dando unidad a la heterogeneidad de los espacios y a la colección. Apenas cuatro años más tarde, el arquitecto Carlo Scarpa partió del mismo programa, pero resolvió de manera más atrevida la restauración y la musealización del Museo cívico de Castelvecchio de Verona. Por aquel entonces, el edificio era el resultado de numerosas y arbitrarias intervenciones, de manera que, con la precisión de un cirujano, derribó algunas partes e incorporó novedosas soluciones como huecos abiertos en el suelo o cortes en los muros que permitían apreciar las estratificaciones del inmueble. Además, para la exhibición de las obras empleó materiales completamente ajenos a la historia del edificio como el hormigón visto, el hierro forjado o la madera, convirtiéndose en un espacio cargado de modernidad. Finalmente, merece la pena citar también la intervención realizada en 1979 en el Castello de Rívoli en Turín. Esta fortaleza militar, propiedad de los Saboya, fue durante siglos objeto de constantes derribos, nuevas construcciones y restauraciones. Así, a principios de 1980 presentaba un estado lamentable, de manera que el arquitecto Andrea Bruno se hizo cargo de la recuperación del inmueble degradado, quien, además de sacar lo mejor de aquellos aparentes restos, construyó una nueva galería que alberga una apabullante colección de arte contemporáneo.

Valgan estos ejemplos para reiterar cómo los vestigios medievales son perfectos contenedores de piezas del siglo XX de la mano de la exquisitez, la elegancia, la reflexión, la contención y la emoción, a través de las que se proporciona al visitante una experiencia única de la visita.

Profesora titular de Historia del Arte en la Universidad de Salamanca, donde imparte docencia en el grado en Historia del Arte, entre otras materias, la asignatura de Museología, y en el Máster universitario en Estudios Avanzados en Historia del Arte, siendo responsable de la materia Arquitectura y urbanismo de los siglos XIX y XX. Problemática y enfoques. 

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