Opinión

Viena y Joseph Roth, con la nostalgia del Imperio austrohúngaro

Su biografía se ve marcada por la fantasía, la invención, la realidad y el deseo que el propio creador imprimió a su vida

Viena, Austria.

Viena, Austria.

Sobre un antiguo emplazamiento celta, los romanos comenzaron a levantar una plaza fuerte para la guarnición de Vindobona, junto al Danubio, en una llanura al pie de boscosos montes, que hoy es Viena (Wien). El medievo y el renacimiento la fueron enriqueciendo hasta crear un emporio artístico que el barroco –despejada ya la amenaza de los turcos en 1683– aún embellece más con el largo y próspero periodo de gobierno de la reina María Teresa. El emperador Francisco José, en el trono desde 1848 hasta 1916, da a la capital del imperio una urbanización magnífica y construye palacios y edificios públicos en el cinturón hasta entonces ocupado por la muralla y que mandó demoler para establecer este elegante bulevar llamado Ringstrasse, que marca el centro comercial, cultural, económico y turístico de la actual Viena, ciudad de alrededor de algo menos de dos millones de habitantes, capital de la República de Austria.

El punto central y el símbolo que quizá más represente la ciudad es la catedral de san Esteban, un templo gótico de elegantes y grandes dimensiones, con una aguja de 137 metros y un inclinado tejado a dos aguas de azulejos en dibujos muy llamativos. La iglesia está llena de detalles de importancia artística y acoge en su interior el culto a la Virgen María Postch, un icono de procedencia húngara que agradece y al que se atribuye la victoria de Eugenio de Saboya sobre los turcos en Zenta, en 1697. En torno a la catedral y su plaza se extiende un entramado de calles medievales y un buen número de otros monumentos de gran belleza, como la columna de la peste, que conmemora la salvación de la ciudad ante una epidemia en 1679; la iglesia barroca de san Pedro o el moderno edificio acristalado Haas Haus, un centro comercial de impacto que se abre a la famosa calle Graben, típico centro de comercio y paseo.

No lejos de allí está el palacio de Hofburg, la Escuela de Equitación, Biblioteca Nacional, en un conjunto, adornado por jardines que tiene inicios góticos y añadidos de siete siglos hasta el historicismo del XIX. La lista de joyas arquitectónicas es larga: la Iglesia Votiva, el Ayuntamiento, impresionantes monumentos neogóticos, la Ópera, el Burgteather, el Parlamento, en diversos estilos, todos ellos construidos por el emperador Francisco José I en el bulevar Ringstrasse. También destacan los Museos de Historia del Arte y su simétrico y gemelo Museo de Historia Natural; los versallescos palacios de Schöbrunn o Belvedere y los parques del Prater o de Stadpark, con la ambientación romántica de rosaledas, cisnes y valses... No habría que olvidar la Karlskirche, los edificios de principios del XX, la Viena modernista, los museos monográficos, edificios burguesas, casas de personajes famosos, como Freud y Haynd ...

Uno de los escritores más significados de la Viena imperial y que encarna en su persona y en su obra la herida mortal de ese gran proyecto de Centroeuropa imperial, es Joseph Roth. Su biografía se ve marcada por la fantasía, la invención, la realidad y el deseo que el propio escritor imprimió a algunos importantes detalles de su vida. Roth nació en Brody, una población de la provincia de Galitzia. Era judío; en su casa se hablaba en alemán, aunque conocía toda la familia el jídico y el polaco y él consideraba, en definitiva, que "la patria del auténtico escritor es la lengua". Para sus estudios, vivió en Lemberg; luego se trasladó a Viena, donde terminó la carrera con éxito y se incorporó voluntario a las filas del ejército para luchar en la I Guerra Mundial.

La ausencia del padre y el derrumbamiento del Imperio de los Habsburgo y de su patria influyeron de manera negativa y sustancial en su existencia, y los excesos en la bebida se hicieron presentes desde la juventud. Pronto comienza a colaborar escribiendo en periódicos, a la vez que publica sus primeras novelas. Se traslada a Berlín y en 1925 a París, donde pasa la mejor época de su vida. Desde allí viajó a Rusia, Albania, Polonia, Amsterdam y París, donde sobrevivía de un modo precario, con la salud muy afectada por los excesos alcohólicos y la depresión, hasta que un infarto del que no se pudo recuperar y las complicaciones pulmonares falleció en 1939. Fue enterrado en el cementerio Thiais; donde lo recuerda una sencilla lápida con la inscripción en francés: "Joseph Roth/ Poeta austriaco / muerto en París en el exilio".

El estilo de Roth es sencillo y preciso, directo, sintético; refleja mucho dominio de la ambientación y logra caracterizar unos personajes reales, a los que retrata psicológicamente con profundidad. Sus tres primeras novelas fueron escritas entre 1922 y 1924: "La tela de araña"; "Hotel Savoy" y "La rebelión". La última se desarrolla en la Viena monárquica, como también "La noche mil dos". "El Leviatán" y "El peso falso" se ambientan y desarrollan en su tiempo y su geografía personal. Pero, sin duda, son más representativas de la caída del Imperio Austrohúngaro la "La marcha de Radetzky" y "La cripta de los Capuchinos", en las que presenta y caracteriza a una saga de tres generaciones de la familia Trotta, nobles miembros de la burguesía vienesa y el ejército imperial.

La vida literaria y cultural de la Viena de Roth se desenvolvía muy activamente en torno a los cafés que ahora son famosos – Central, Griensteidl, Ministerium, Museum, Zartl, Sperl, Hawelka...–, donde se concentraba todo un modo de contemplar la vida social, según dice Michel Rössner: "El café, como Austria, es un lugar de paso donde, finalmente, acaba uno quedándose más tiempo del previsto, quizá incluso toda la vida. Es un lugar donde nada llega a ser del todo secreto ni oficial, donde nada es siempre serio, donde hay siempre entretelones y entresijos, como en el juego del teatro, ya que la verdadera vida, la vida en serio, discurre en el exterior, detrás de las ventanas".

Una de las diversas versiones sobre su origen, plantea que el café se introdujo en nuestra costumbre precisamente a través de Viena, al finalizar el asedio de los turcos en 1683, pues en el botín del derrotado ejército otomano aparecieron unas "extrañas alubias" que aprovechó un polaco llamado Kolschitzky, antiguo intérprete de los turcos, para comercializarlo en un establecimiento de infusiones que pronto se puso de moda. A la vez que aparece el famoso cruasán ("croissant" -–creciente, en francés– en alusión a la luna de la bandera turca) ideado por un confitero francés y que los vieneses toman en un claro simbolismo de gesto de superioridad sobre los derrotados turcos.

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