Opinión

Cuando los otros te pegan, te beso yo

Cada vez estoy más convencido de que el fado portugués es una escuela de vida

Corazón.

Corazón. / Foto de Designecologist

Cada vez estoy más convencido de que el fado portugués es una escuela de vida, o cuando menos es una excelente crónica de la existencia humana. Un ejemplo es este verso de Pedro Homem de Mello que da título a un fado muy sentido, muy melancólico, muy fado. Dice: «Quando os outros te batem, beijo-te eu», «Cuando los otros te pegan, te beso yo».

Lo recuerdo cuando me viene a la memoria una de las situaciones más duras que viví en bastantes años de profesión. Se trataba de un ingreso que traían al centro de asistencia a discapacitados en el que ejerzo la medicina psiquiátrica. Era una niña de unos catorce meses, en brazos de una joven trabajadora de un centro de acogida de la Consejería de Bienestar Social, a la que acompañaba otra. En la media hora que estuve con ellas, la niña recibió de las dos unos treinta o cuarenta besos y otras tantas caricias, además de los que le iban dando las otras mujeres que la recibían en nuestro departamento de atención temprana. «La niña de los mil besos»- pensé – «de los mil besos al día, por lo menos». Se los merecía. Y vaya si se los merece. La pequeñina, guapa a pesar de la deformidad producida por la hidrocefalia en su cabeza, estaba tetrapléjica, ciega y sorda.

Y lo estaba porque sus padres, o quien fuese, le habían dado una tremenda paliza cuando tenía cinco meses; malos tratos que además de estas consecuencias ya irreversibles, le había producido hematomas, fracturas óseas y otras lesiones ya superadas. Vaya si se merece millones de besos, la pequeñina. Y la humanidad también merece dárselos, para que no deje de ser humanidad, entre tanta violencia que cada día se produce contra las personas, aún mucho más horrible cuando las víctimas son niños. Que Dios bendiga a las que besan a los niños víctimas, como – por citar el ejemplo de su reciente canonización - bendice al Padre Damián por besar a los leprosos de Molokai.

Así es la vida, de golpes y de besos. En una sociedad de guerras sin sentido, industrias armamentísticas, leyes de aborto, bombazos en nombre de la mal entendida religión, violencias domésticas, tiros en la nuca y navajazos de noches drogadas, hacen falta que las víctimas al menos reciban besos y que la humanidad las bese y siga siendo humanidad; porque los golpes ahí están, con el mal, ya desde Caín.

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