Opinión

Desde Lisboa a la vida, el fado volverá a Zamora, junto al Duero

En esta poesía musicada hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma

Una de las actuaciones del Festival de Fados en el pasado.

Una de las actuaciones del Festival de Fados en el pasado. / Nico Rodríguez

La intrínseca versatilidad del fado abre nuevos caminos, evoluciona, gana adeptos y sigue adelante como expresión de un sentimiento muy portugués, pero también muy universal, como acertadamente expresó la fadista universal Amália Rodrigues al comentar el contenido poético de su fado "Estranha forma de vida"; cuando decía que ella había adoptado el fado "por una lúcida constatación del poder absoluto del destino".

Ahora, tras ella, hay otras muchas voces de artistas de tres generaciones que cantan la saudade, ese "deseo de la cosa o la persona amada, que en dolor se convierte por su ausencia", como la definió el poeta Teixeira de Pascoaes; saudade que se canta desde hace casi dos siglos, desde las calles de Lisboa a la vida de tanta gente que sintoniza de una manera emocional con su poesía y su música, desde el Japón a Noruega, pasando por Nueva York o Roma.

Del fado se dicen cosas muy diversas, pero en cualquier caso sobre esta poesía musicada hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma. No sólo las palabras, también la melodía, los tonos, los gestos, la indumentaria y la escena cantan, lloran, ríen, expresan los celos, la añoranza, el amor a la madre, la soledad, el orgullo de la tierra o la esperanza. Su nombre tiene que ver con el fatum latino, que hace referencia al destino y a los ineludibles deseos de los dioses. "Es un estado del espíritu", decía Amália Rodrigues.

Hay varias teorías sobre su origen, pero lo cierto es que aparece en los comienzos del s. XIX, centrado en Lisboa y restringido en ambientes tabernarios de barrio bajo. Años después se extiende de una manera burguesa y literaria a los palacios y las fiestas de la aristocracia. En un tercer paso, el fado llega a popularizarse por completo a través del teatro de revista y poco a poco se va profesionalizando, en parte debido a la censura de la época política del Estado Novo (1926-1974) y adquirir una forma definitiva final al comienzo de la radiodifusión y la creación de las casas de fado, en restaurantes para las veladas de fado.

El cantante solista (fadista) establece un dialogo de palabras, melodías, ritmos, tonos, gestos y los silencios que aprovechan los instrumentos para protagonizar su contracanto o diálogo entre las guitarras y las violas y sirve de respiro entre dos fases vocales. Generalmente el fadista se acompaña de una guitarra portuguesa, que marca la melodía y una viola (muy similar a la guitarra clásica) que acompaña y a veces una viola baixo, que sirven para marcar más el ritmo. En el momento actual hay un numeroso elenco de músicos –guitarristas, vilolistas, baixistas– muy buenos, de gran sensibilidad y notable maestría demostrada, que abren un panorama amplio y largo en la continuidad fadista.

Los fados más antiguos y característicos son los "fados castiços", proviene de tres fados raíces anónimos, "menor", "corrido" y "mouraria", y forman un grupo de casi dos centenares que se han ido incorporando al canon al cumplir una serie de reglas métricas y musicales concretas. En ellos se pueden oír las mismas músicas con letras diferentes y todo tipo de variaciones sobre una base melódica común y sencilla, que aporta la voz del fadista.

También, desde el comienzo de los "teatros de revistas", se desarrolla otro tipo de fados, que respetan siempre una base melódica, mantienen la letra y son conocidos como "fados canção" (fado-canción), tienen copla y estribillo y la elaboración musical es más compleja que en los castizos.

El fado ha conseguido ir encontrando nuevas expresiones, con versatilidad que facilita el acercamiento a públicos no aficionados, a través de fadistas estilistas que le dan toques de novedad sin perder su esencia.

Quizá por eso se pueda esperar que el fado siga cantando tanto los amores perdidos, la desgracia de los celos y la lejanía de la propia tierra –así como la alegría de las fiestas, la belleza de las mujeres, la valentía de los mozos o la bravura de sus toros; pues también hay un fado alegre– como todo aquello que continúa conformando los sentimientos, la intimidad y la libertad del alma portuguesa.

El fado sigue muy vivo, es ya Patrimonio Cultural de la Humanidad y vive una tercera época de oro, tras aquella de mediados del siglo pasado en que consiguió su madurez en Lisboa y se expandió, con Amália Rodrigues como embajadora, por los escenarios y las emisoras del mundo entero.

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