Opinión | La palabra

El don de la salud: "Niña, levántate" y "Mujer, tu fe te ha curado"

«Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,11-12)

De la mano de Jesús.

De la mano de Jesús.

De la mano de Jesús caminamos creciendo por fuera, salud física, y madurando por dentro, salud espiritual.

El evangelio de este XIII domingo del tiempo ordinario nos ofrece, entretejidos, los caminos de encuentro de dos mujeres con Jesús, una niña y una adulta (Mc 5, 21-43). La doble escena nos sorprende. El evangelista Marcos presenta a un hombre destacado del judaísmo, y a una mujer desconocida, como modelos de fe para la comunidad cristiana emergente.

La niña es hija de Jairo para la que, a pesar de ser jefe de la sinagoga, no ha encontrado la salud de su hija. La niña, imagen del pueblo, está abocada a la muerte. Jairo, desilusionado, acude a Jesús buscando vida para su hija. Distanciado de la sinagoga, de la que vuelve, se acerca al maestro de Nazaret y se adhiere a él.

Jairo es un personaje notable de Cafarnaún. Su nombre en hebreo, Yair, significa "Dios resplandece". Como jefe de la sinagoga, era el encargado de presidir los cultos religiosos y de gestionar una de las instituciones más importantes de Galilea. Le aflige la posible muerte de su hija, suplica confiadamente a Jesús y escucha su palabra: "la niña no está muerta, sino dormida". La fe de Jairo salva a su hija. Pero hay elementos humanos que acompañan esa acción salvadora, formando un itinerario: el padre y la madre de la niña acompañan a Jesús hasta donde se halla la niña, es decir, facilitan el encuentro; Jesús entra en la habitación, es decir, comparte espacio físico; la toma de la mano y le habla con cariño, es decir, le da una vida nueva; finalmente ordena que le den de comer, es decir, Jesús une el crecimiento físico y el espiritual.

El otro encuentro es con una mujer adulta. Mientras va de camino a la casa de Jairo para encontrarse con la niña, una mujer, de entre el gentío, le sale al encuentro. Ella padece pérdidas de sangre, tiene una menstruación dolorosa, una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de impureza ritual y discriminación. Las leyes religiosas la obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin embargo, es precisamente ese contacto en el que ella confía la puede curar.

A diferencia de Jairo, hombre importante, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que afecta a su intimidad y que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre. Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, ella se resiste a vivir para siempre como mujer enferma. Está sola. Nadie la ayuda a acercase a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él. No le basta con verlo, busca un contacto más directo. De manera alocada, se le acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. Ese gesto delicado y concreto manifiesta su confianza total en Jesús. Todo ocurre en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la grandeza de su fe: "Hija, vete en paz y con salud". Esta mujer con su capacidad de buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es modelo, referente de fe para nosotros hoy.

Amigo lector: de la mano de Jesús caminamos creciendo por fuera, salud física, y madurando por dentro, salud espiritual. Feliz domingo.

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