Opinión | La palabra

Cuerpo entregado y sangre derramada, sacramento de amor

«Tomad, esto es mi cuerpo» Mc 14, 12-16

El obispo de Zamora, Fernando Valera, en una eucaristía con sacerdotes diocesanos en Toro. | Cedida

El obispo de Zamora, Fernando Valera, en una eucaristía con sacerdotes diocesanos en Toro. | Cedida / Alberto Ferreras

La Iglesia celebra diariamente la Eucaristía en los miles y miles de rincones del mundo, pero destina dos fechas privilegiadas en el año litúrgico para venerarla con especial devoción: el Jueves Santo y el Corpus Christi. El día del Jueves Santo la liturgia, embargada por la proximidad de la pasión del Señor, se vuelve recatada y sobria al venerar el Cuerpo de Cristo. Sin embargo, en el día del Corpus, fiesta sacramental, la celebración es más festiva, la misa se torna más solemne y se corona con la procesión por las calles de ciudades y pueblos. La fiesta del Corpus es prolongación en la calle de lo acontecido el Jueves Santo en el templo. Vayamos al corazón del acontecimiento. Jesús instituyó la eucaristía en el contexto de una cena pascual. En aquella cena judía, recuerdo de la salida de Egipto (esclavitud) camino de la Tierra prometida (libertad), confluían varios símbolos: lechugas amargas, en memoria de la esclavitud; una mermelada rojiza, en recuerdo de los ladrillos fabricados; un cuenco con agua salada, evocando lágrimas derramadas; un cordero, pan sin levadura y vino sabroso. Jesús eligió el pan y el vino para instituir la eucaristía en aquella memorable noche de la Última Cena. Y dijo a sus discípulos: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Tomad y bebed esta es mi sangre derramada por todos" (Mc 14,22-24). Haced esto en memoria mía, que es como decirles: recordadme así, totalmente entregado a vosotros. Esto alimentará vuestras vidas. Desde entonces para los seguidores de Jesús, la eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana. Ella constituye el sello imborrable del amor de Dios con nosotros. Ella es el símbolo máximo, pleno y perpetuo del amor de Dios/Padre con nosotros. La eucaristía que celebramos en torno al altar y que después acompañamos en las calles es el símbolo del compromiso de amor que Dios ha asumido con nosotros y al celebrarla nosotros renovamos también nuestra mutua fidelidad con Dios nuestro Padre y con los hombres nuestros hermanos, especialmente con los necesitados. Las diferencias de mentalidad, de temperamento, de edad, de cultura, de nacionalidad pasan a un segundo plano. Los lazos que nos unen entre nosotros, se estrechan más.

Para los cristianos, celebrar la eucaristía es, sobre todo, decir como él: Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar solo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme en mi egoísmo; contribuyendo desde mi entorno y mi pequeñez a hacer un mundo más humano. Celebrar la eucaristía es reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo las huellas de Jesús.

Amigo lector, en palabras de San Agustín, la eucaristía es "sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad". Te deseo un hermoso día del Corpus Christi.