El campamento diocesano en Sanabria, un referente de convivencia

El proyecto cumple la mayoría de edad y se consolida como un espacio educativo y de ocio por el que han pasado miles de jóvenes de la provincia de Zamora

Por sus tiendas de campaña han pasado miles de jóvenes que, en un entorno paradisíaco como Sanabria, han disfrutado de una experiencia inolvidable que, para siempre, guardarán en su corazón.

El campamento promovido por la delegación diocesana de enseñanza de Zamora, que este año cumple su mayoría de edad, se ha consolidado como un espacio de convivencia y de ocio, del que a lo largo de su historia han disfrutado numerosos adolescentes que cursan Religión en institutos y colegios de la provincia.

En su última edición, que concluye este martes 9 de julio, han participado 170 jóvenes que, acompañados por una treintena de monitores, han compartido diez días de convivencia en Sanabria, inmersos en una propuesta lúdica y educativa de primer orden.

El coordinador de la actividad, Juan Carlos López, reconoció que "lo mejor de todo, además de la ilusión con la que la viven los niños y adolescentes, es la calidad del equipo de monitores".

López ha coordinado más de medio centenar de proyectos educativos y, de forma especial, valora al equipo con el que lleva trabajando más de 25 años e integrado por profesionales de diferentes sectores y de absoluta confianza que "hacen un alto en el camino para ofrecer gratuitamente a los chavales lo mismo que ellos recibieron cuando eran más pequeños".

La "magia" del campamento, como apuntó, radica en la generosidad del equipo de voluntarios, especialmente "en una sociedad en la que todo se compra y se vende" y en la que "muy pocos son los que se suben al carro del sacrificio personal en beneficio de los demás". Precisamente este es el mensaje que López traslada a las familias de los participantes en el campamento, porque "los padres deben ser conscientes de que nuestro trabajo nace de profundas convicciones personales y así deben valorarlo".

La temática del campamento varía cada año y la elegida para la última edición ha sido la de "Sin City", una propuesta futurista a desarrollar en una ciudad distópica en la que lo que se persigue es que los niños y adolescentes crezcan en valores, matizó López.

En este sentido, reconoció que "cualquier excusa es buena para educar", porque lo que se pretende es, mediante el juego, ayudar a los participantes "a que sean mejores personas y a que vivan una experiencia de encuentro con los demás, con la naturaleza y, de alguna manera, también con Dios, razón y fundamento de todos nuestros esfuerzos".

El padre Millán se encarga de dinamizar el ámbito pastoral y considera que "el tiempo libre es un espacio ideal para educar en clave cristiana y es un complemento perfecto para la educación integral".

Intensa actividad

El horario del campamento es intenso. Desde las 9.00 hasta las 11.45 horas, "los chavales no paran y van de una actividad en otra". Además de las tareas personales como la alimentación y la higiene personal, los participantes se encargan de la limpieza de los servicios y del comedor o del reciclaje, que es una de las apuestas más importantes del proyecto "porque el cuidado de la casa común es una prioridad". En cada edición del campamento se repiten actividades como las marchas por la montaña, el baño en el Lago de Sanabria, los juegos y las veladas que, en su conjunto, son la verdadera esencia del campamento.

Por otra parte, el coordinador de la actividad, reconoció que, con muy pocos recursos, "el equipo es capaz de organizar dinámicas que mantienen enganchados a todos los acampados, sumergiéndolos en un extraordinario universo lúdico y educativo".

Para alcanzar este objetivo, los monitores juegan un papel muy importante. Todos son titulados y muchos maestros y profesores durante el curso que, con años de experiencia a sus espaldas, son capaces de captar la atención de los más pequeños, pero también de los mayores.

José Miguel Alonso, más conocido como Míkel, es el jefe de cocina. Es profesor de religión en varios colegios de Zamora y junto a Zara, su mujer y también docente, se encargan de pilotar uno de los servicios más importantes del campamento. Míkel reconoce que "los chicos comen bien y comiendo bien aseguramos que la actividad tenga éxito. Los padres se asombrarían de lo bien que se alimentan". Zara se atreve a aventurar que del campamento los chavales salen con una lección aprendida, porque "valoran las comidas y el esfuerzo de tenerlas a tiempo".

La misma opinión la comparte Yoli, una trabajadora del 112 que desde hace años organiza sus descansos profesionales para poder participar en la actividad. Sara también echa una buena mano en la cocina, para lo que tiene que cuadrar los horarios de sus compañeras en la farmacia. "Lo bueno", precisa, es que "venimos toda la familia y, aunque es un trabajo de mucha intensidad física, de alguna manera, esto nos sirve para desconectar".

Adrián es otro de los miembros de cocina y también compagina su actividad profesional con las tareas propias del servicio. Se ha incorporado al equipo porque su mujer, Miriam, participó desde pequeña como acampada y ahora, ya maestra en un colegio de Benavente, es monitora y comparte el campamento con sus tres hijos. Otros matrimonios forman parte del equipo e incluso parejas como la formada por Óscar y Sole se conocieron en el campamento. Desde entonces no faltan a la cita de la primera quincena de julio.

Iturbe y Mamen, Paloma y Teo, Uri y Elena, Chechu y Tania son también matrimonios y piezas fundamentales en la organización de una actividad que cada vez resulta más complicada a nivel administrativo.

Tanto mérito o más tienen aquellos que dejan a parte de su familia en casa para colaborar en el campamento. Este el caso de Ana, Esther, Sergio, Rosa y Pablo. Y es que no siempre las familias de los monitores pueden permitirse escaparse del trabajo o comparten la pasión por este tipo de iniciativas.

Otro de los matices relevantes es que algunos de los monitores fueron no hace tantos años acampados. Su enganche en el proyecto asegura la renovación generacional. Este es el caso de Carlos, Manu, Matilla, Paula, Raquel, Teresa y Paula Vara. También forman parte del equipo María, Goretti y Paula como monitoras en prácticas.

No obstante, el coordinador defiende que "aunque el proyecto indudablemente se enriquece con los jóvenes, es la experiencia y el saber hacer lo que distingue al campamento diocesano". A Beltrán, uno de los niños que participa en la actividad desde hace años, lo que más le gusta es que de mayor, podrá ser monitor. "Tengo muchas ideas para cuando eso ocurra", apunta, objetivo que está al alcance de su mano porque una de las bondades del tiempo libre es que desarrolla la capacidad creativa de los niños.

El campamento cierra este martes 9 de julio la edición de este año y los participantes harán de nuevo las mochilas y el autobús les devolverá a sus casas, pero no olvidarán las múltiples experiencias que han vivido a lo largo de los últimos días en el Parque Natural del Lago de Sanabria.

Entre otras, la reciente victoria de la selección española de fútbol en la Eurocopa ante la anfitriona Alemania. El equipo ya piensa en el programa de la edición número 19 del campamento y busca fechas para la que tendrá lugar en 2025, con la intención de que los 170 acampados solo tengan que preocuparse de disfrutar de una experiencia repleta de vivencias inolvidables.

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