Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

“El sol claroluciente, el sol de puesta / muere; el que sale es más brillante y alto / cada vez, es distinto, es otra nueva / forma de luz, de creación sentida”

Autorretrato (1959)

Autorretrato (1959) / Antonio Pedrero

En el Museo Provincial y en la Biblioteca Pública pueden verse, en estos días, dos exposiciones con trabajos de Antonio Pedrero (1939-) que recomiendo – me disculparán la pedantería – a los que no aún no se hayan acercado a visitarlas. A buen seguro saldrán satisfechos, pues sus cuadros entran por los ojos sin pestañear ni comerse el coco con alambicadas interpretaciones, y además les será fácil reconocer su universo artístico, sea la cartografía eterna de la ciudad, sea su pasado épico, el humus de sus gentes o la sobriedad del paisaje provinciano. De ahí que esté bien traído el título que ha colgado el Museo por cartel: “Zamora en la mirada”, como también lo está eso tan solemne de que Pedrero ha hecho de la ciudad el “motivo central de su práctica estética”, pues sin duda nadie la ha pintado tanto.

Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

Boceto Para la procesión de las capas pardas (1959). / Antonio Pedrero

El interés de la exposición – sigo hablando de la del Museo – está en que, sin ser antológica, exhibe, al menos en mi opinión, una pequeña muestra de lo mejor de su obra, que viene a coincidir en el tiempo con ese momento fundacional en el que persigue adentrarse en los entresijos de la pintura, en tanto que forma de explorar el mundo que le rodea; una etapa, por otra parte, luminosa y fructífera, que lo encumbraría al olimpo artístico local.

1. Hojalatero (1959)
2. Vista de Zamora (1966)
3. Zamora y el Duero (1990).
4. Alfonso Bartolomé (1957).
5. Boceto para la procesión de las Capas (1959).
6.Huerto de Trefacio (1958).

1. Hojalatero (1959) / Antonio Pedrero

El niño y el joven que fue aflora en estos primeros trabajos gobernados por conocer y buscar un espacio propio, sin más herramientas que ese privilegiado don que la naturaleza reparte a unos pocos, y que ya está presente en los autorretratos de adolescente, en los dibujitos realizados con nogalina, en el boceto para la procesión de las Capas Pardas, en los más pulidos de su estrenada formación académica, “Niños y máscaras”, “Coro de Mozas” (ausente en esta muestra), o en la recta prosopografía de amigos y compañeros: Claudio Rodríguez, Tomás Crespo, Jesús Hilario Tundidor, Jesús Hernández Pascual, Alberto de la Torre, Tere Santos, Alfonso Bartolomé… ejecutados según el canon, del que parece querer desprenderse, poco después, en el friso coral “Bar La Golondrina” (1960), ese “enjambre humano merecedor de inmortal recuerdo”, que no aguantaría un pase del feminismo militante de nuestros días, pero que es un monumento a la sociabilidad provinciana de una época y un tributo a la geografía familiar de su infancia.

Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

Huerto de Trefacio (1958). / Antonio Pedrero

Preside la muestra “Vista de Zamora” (1966), un tríptico extravagante en su poliédrica manera de pintar la ciudad, pues aquí la vemos envuelta en una atmósfera oscura, asfixiante, casi trágica, en el que destaca un rasgo dominante en su técnica compositiva: osamenta geométrica, perfilada arquitectónicamente a golpes de espátula. Este gran óleo emparenta con “Atardecer de Toro”, de un ocre apocalíptico y no menos angustioso, y con otros como “Cuenca” o “Árboles y talud”, que tampoco figuran en la exposición. Fruto también de este escrutador momento son algunos trabajos que podríamos adscribir al expresionismo figurativo, con los que su pintura trasciende lo local, consiguiendo resultados igualmente asombrosos: “Hojalatero”, “Pastor”, “Escena de capea”, “Galgo y pared” …, cuadros de una forma de hacer que irá paulatinamente abandonando por una estética más convencional. Y desde el cómodo púlpito que le brinda una multitud de encargos hace de la ciudad su taller, pintándola una y mil veces, siempre la misma, pero siempre diferente, ya sea bañada por la luz de la mañana, del mediodía o cuando “en su sangre cuajada ya el sol se ha adormecido”: “Zamora y muralla”, “Zamora Entrepuentes”, “Zamora y el Duero”, “La ciudad atardecida”, “Zamora desde la Vega”, “Zamora desde el Campo de la Verdad”, “Zamora al mediodía” ... No menos recurrente es el bloque temático al que dedica su temporal estancia veraniega en la hospedería sanabresa de Bouzas, a orillas del Lago: “Piedras y Lago”, “El Lago a mediodía”, “Panorámica del Lago”, “El Lago desde la orilla” … y otros muchos de su todavía en pie arquitectura popular, “Casas de Ribadelago”, “Huerto en Trefacio”, “Casas al atardecer”, “Tejados de Ribadelago”, “Casas y mederos” … asimismo salidos de su confortable estatus. Con el ejercicio de su cátedra artística, al que se rinde la burguesía zamorana, ansiosa por tener un cuadro suyo, aquieta su ánimo, y su pintura ya no cambiará, aunque todo lo que hace lleva la impronta de su magistral forma de aprehender lo que ve. Y esa manera amable con la que mira la vida se cuela e inunda sus cuadros… “y en sus manos/brilla limpio su oficio”.

Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

Zamora y el Duero (1990). / Antonio Pedrero

La beatería artística que arrastra su fama le otorgará también el oficioso puesto de “pintor oficial”, recibiendo encargos de particulares, organismos públicos, bancos y negocios, para los que pinta retratos y murales: “Teatro farándula”, “Seis meses de Castilla”, “Simbología sobre la Medicina”, “Cultura zamorana”, “Catedral de León”, “Niños con cometa y ciudad”, “Campo zamorano” ... Entre ellos está el gran lienzo “El Cerco de Zamora” (1963-1964), del Gobierno Civil, cuyo proceso de gestación y bocetos preparatorios pueden verse en la sala de la Biblioteca Pública. Paradigma de su pintura mural, concebido a modo de retablo pictórico de abigarrada composición, sigue el legendario relato del Romancero, que ayudan a comprender las versificadas estrofas a modo de nota a pie de página. Compendio también de la épica provincial y resuelto con mimbres semejantes es el frustrado proyecto para decorar la escalera noble de la Diputación Provincial (1980), en el que, pese a su efectismo, su enmarañada narrativa determina la libertad de su paleta, haciéndola menos atractiva.

Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

Alfonso Bartolomé (1957) / Antonio Pedrero

Concluyo, la pintura de Antonio Pedrero está hecha de esas “cosas que nos habitan y amasan el alma”, como el placer cotidiano de las cosas sencillas: charlar, reír o compartir mesa y mantel en compañía de los amigos, o dicho a la pata la llana, para gustar. Me consta que mucha gente estos días ha visto y ve su trabajo con admiración, y aunque el mundo en el que nació y creció ha desaparecido, ahora que la clepsidra de la vida le recuerda que su tiempo se agota, parece justo reconocer el gran pintor que ha sido. Salud, maestro.

Epifanía de luz y color: Zamora en la pintura de Antonio Pedrero

Vista de Zamora (1966) / Antonio Pedrero

Suscríbete para seguir leyendo