«Pensábamos que las intoxicaciones por "amanita phalloides" estaban superadas, y que aumentaban más las producidas por lepiotas, que se pueden confundir más con la senderilla o carrerilla. Pero este año se han ido al traste los pronósticos», señaló ayer en Zamora Luis Alberto Parra, veterinario de Salud Pública de Aranda de Duero y conferenciante inaugural del curso sobre micología organizado por el Colegio de Veterinarios de Zamora.

Su hipótesis es que la ausencia de lluvias y la mala temporada de setas ha podido determinar la prevalencia de especies como la «amanaita phalloides» sobre otras. «Los tailandeses de Soria creían que cogían champiñones. La familia de Madrid seguramente pensaba que cogía especies comestibles. Y el caso de Vizcaya, sí iban a recoger un tipo de rúsula buen comestible». El experto advierte que «lo mismo que no se aprende inglés en dos días» tampoco es fácil conocer con un cursillo la taxonomía de los hongos, de los que existen entre siete y diez mil especies. Por eso recomienda «aprenderse las especies mortales o tóxicas, que son entre 16 y 20, en vez de los centenares y centenares de setas comestibles, aunque hay algunas que por su dureza o amargura no se puedan consumir».

Parra Sánchez indicó que en mundo «fungi» (hongo en latín) va mucho más allá de «saber si una seta se puede comer o no». Los hongos son imprescindibles, por ejemplo, para obtener las ciclosporias que evitan el rechazo en los transplantes de órganos, sirven para conseguir antibióticos y tinte. Ahora se investiga la posibilidad de obtener diésel, «micodiésel» de un hongo, biodegradar carburantes y pinturas o blanquear papel sin usar cloro.