MERLÚ, un vocablo misterioso

“Siempre dije que la imaginación es más rápida que la velocidad de la luz” Carlos Saura

El 8 de febrero pasado moría a los 91 años el fotógrafo y director de cine Carlos Saura. Un día después debía recoger el Goya de Honor concedido por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Admiro su manera de hacer cine y me gustan sus películas, pero hoy no quiero hablarles de su filmografía, sino, aunque parezca extraño, de una anécdota relacionada con nuestra Semana Santa. En octubre de 2016 expuso en la Alhóndiga del Pan – no sé a qué viene llamar a lo que fue un almacén de grano “palacio” – sesenta fotografías, en su mayor parte de Sanabria, entre las que destacaba, por su dureza, la de un niño metido en una jaula artesanal, en la que “le encerraban sus padres mientras trabajaban”. Había también algunas de Ribadelago, antes de ser barrido por la rotura de la presa de Vega de Tera y otras, que Saura hizo, a fines de 1954, cuando trabajó de ayudante del productor Eduardo Ducay, encargado de filmar un documental sobre la llegada de la luz eléctrica a los pueblos españoles (“Carta de Sanabria”). Una selección de estas y otras viajó por varias ciudades, editándose a propósito el libro “España años 50, Carlos Saura” (La Fábrica, 2016). Pues bien, estuve en la inauguración de la exposición y en el algún momento, creo que fue Félix Rodríguez, que junto con Antidio Fagúndez, oficiaban de anfitriones, requirieron mi presencia para aclararle una curiosidad al maestro: ¿Qué significa “merlú”?, me preguntó. Respondí, repitiendo lo que escribí hace años sobre el particular: “merlú” casi con certeza es forma onomatopéyica del sonido que emite la corneta. Con la cercanía y sencillez que le caracterizaban me contestó que aquello no le convencía, ni explicaba su curiosidad, negando que mi respuesta fuese la acertada, aunque no porfiamos sobre el asunto. Si como digo, él no quedó conforme, debo de confesar que yo tampoco. Hoy, en homenaje a su memoria y perspicacia, revisito mis propios argumentos, reconociendo de antemano que no tengo una respuesta definitiva.

La voz «merlú» escapa a cualquier análisis léxico, quizás porque lejos de asociarla a la onomatopeya del sonido de la corneta, obedezca al apodo del cofrade que la tocase

No obstante lo capitulado, tocar la trompeta, pronto pasó a encomendarse a los clarines o heraldos de la ciudad y otros, a los que a cambio se compensaba excusándoles de pagar la entrada. La documentación nada dice de tambores hasta las Ordenanzas de 1768, donde se estableció fuesen dos, al igual que las trompetas, aunque en la procesión una pareja iba separada, delante y detrás del titular, y la otra junta, entre el paso de Cristo crucificado y Nuestra Señora. Por entonces a las trompetas se les denominaba sordinas, sin duda porque iban enlutadas, es decir, cubiertas, con la misma tela de las túnicas (holandilla o percalina), para disminuir su sonido, al igual que los tambores. Ambos posiblemente terminarían por formar pareja en el siglo XIX, y sus instrumentos eran una corneta y un tambor. A este último, precisamente por ir forrado de tela, no destemplado como erróneamente se piensa, en Medina de Rioseco, se le llama “tapetán”, que suena a mezcla de tapete y golpe de tambor, mientras que al que toca la corneta, en Palencia, se le conoce como “tararú”. Hay otros lugares donde se moteja a estos sonoros muñidores con voces de clara raigambre popular, como “el pardal” riosecano, “la ronda” leonesa, o el “lambrión chupacandiles” ponferradino, que si bien identifican al personaje, no tienen, al igual que nuestro “merlú”, un origen semántico preciso.

Boceto de “Merlú”, tambor (detalle).

Boceto de “Merlú” de Tomás Crespo, tambor (detalle). / José-Andrés Casquero Fernández

En 1996, con motivo de la inauguración del monumento al “Merlú” (29 de marzo), la Diputación editó un folleto en el que esbocé la historia de este personaje, haciendo memoria de algunos de los congregantes que fueron “merlús”, entre los que me cuento. La figura, lo recuerdo sin pedantería, aparece ya en las ordenanzas fundacionales de la Congregación (1651): “que la dicha cofradía tenga obligación a tener un vicario que la sirva y convide a los hermanos y toque la trompeta y cobre los cuartos”. Sabemos que el vicario, tocando la trompeta, abría la procesión, tal y como el arte lo representa – con una “bucina” romana – desde la Edad Media.

Boceto de “Merlú”, corneta (detalle).

Boceto de “Merlú”, corneta (detalle). / José-Andrés Casquero Fernández

En Zamora esta singular pareja debió empezar a llamarse “merlú” no antes de la segunda mitad del siglo XIX. De hecho, el primer testimonio escrito – al menos que yo sepa – aparece en un artículo de Ursicino Álvarez, publicado en el semanario “Zamora Ilustrada”, el 7 de marzo de 1883, del que les extraigo el siguiente párrafo: “A las ‘aceitadas’ y al ‘merlú’, creaciones epigramáticas, pero sustanciosas con que el pueblo llama a los bollitos que venden en los puestos públicos el jueves y viernes santos, y a los toques pausados de los clarines del último día, sustituye la pingada apoteosis del cocido”.

MERLÚ, un vocablo misterioso

Maqueta del "Merlú" de Tomás Crespo Rivera / José-Andrés Casquero Fernández

Aceitadas es voz que no necesita mayor explicación, pero “merlú” paradójicamente es palabra que no se encuentra ni en las actas, ni en la literatura semanasantera hasta fechas relativamente recientes. Sin duda quien más contribuyó a su difusión fue la revista que Radio Zamora comenzó a publicar en 1949 con su programación de Semana Santa, que en 1951 la adoptó de cabecera. Buscarle una explicación filológica es otro cantar. Para la voz “barandales” (muñidor igualmente), generalizada también desde el último tercio del siglo XIX, hay estudios que nos aproximan a su arcano. Sin embargo, es evidente que mi propuesta de asociar el vocablo “merlú” a la onomatopeya del sonido de la corneta, no resuelve nada, ni explica suficientemente su origen. Sin poder demostrarlo, creo que posiblemente responda al apodo o mote del cofrade que tocase la corneta – más probable que el tambor – y por tanto escapa a cualquier análisis léxico. Al no haber certezas, ya que las fuentes escritas y orales no aclaran la duda, seguirá siendo un misterio. De ahí que mi rectificación sea pertinente, y deudora de la suspicacia de esa “estrella errante” que fue Carlos Saura, a cuya memoria brindo estas reflexiones. Descanse en paz.

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