Opinión

Dos zamoranos ejemplares al servicio del Papa

Dios ha llamado junto a sí al hermano José Luis Martínez Gil y al padre Manuel Blanco Rodríguez

Homenaje con la capa alistana

Homenaje con la capa alistana

En el espacio de tan sólo un mes, de forma repentina e indolora, Dios ha llamado junto a sí a dos zamoranos que servían directamente a los sumos pontífices, a los obispos de Roma. Buena y abundante su labor, ha querido llevarles junto a sí para servirle directamente a él, para que descansaran así en paz, en Dios.

El 14 de mayo pasado fallecía en Madrid el hermano José Luis Martínez Gil, de la Orden de San Juan de Dios, de Villalba de la Lampreana. Y el pasado día 20 fallecía en Roma el padre Manuel Blanco Rodríguez, de la Orden de los Franciscanos, de Camarzana de Tera. El primero era el enfermero del papa; el segundo, su confesor. Dicho de otra forma, la salud corporal y espiritual del responsable máximo de la Iglesia estaba en manos de dos zamoranos.

El Hermano José Luis fue el enfermero de dos papas: san Juan Pablo II y Benedicto XVI. El Padre Manuel fue el confesor, que se sepa, de Francisco, que lo reveló en 2017. Tan discretos como eran, sólo la revelación de su identidad por parte de los sumos pontífices permitió conocer su alta misión al servicio de la Iglesia. Residentes en Roma desde hacia más de 40 años, se reunían regularmente en el barrio del Trastévere para tomar un café y recordar su añorada Zamora, que visitaban cada verano. Además de paisanos, eran grandes amigos. El fratebenefratello era puro nervio; el franciscano, pura reflexión. Ambos eran espirituales, intelectuales y generosos.

No tenían nunca un "no" para nadie que fuera con buenas intenciones. Se debe a ellos que numerosas personalidades y ciudadanos de a pie, entre ellos muchos zamoranos, pudieran participar en audiencias papales, visitar los rincones del Vaticano restringidos a los turistas y obtener medicinas difíciles de conseguir. Sin ellos, por ejemplo, no hubiera sido posible que en 2018 el Papa Francisco vistiera la capa alistana, en una operación no exenta de dificultades y zancadillas que sólo la perspicacia y obstinación de ambos permitió culminar con éxito. Como en unas olimpiadas o un mundial, aquello permitió a muchos extranjeros situar Zamora en el mapa.

Sólo Dios sabe por qué Zamora está tan cerca de Roma y por qué dos zamoranos han prestado un servicio tan directo a la Santa Sede. Será por su la fe, la honestidad, la laboriosidad y la discreción de sus gentes, que cuando asumen un compromiso lo llevan hasta el final

El Hermano José Luis, además de enfermero papal y farmacéutico vaticano, era un brillante historiador. Estaba a punto de presentar su biografía sobre Francisco de Villalba en la Real Academia de la Historia, de la mano su secretario, el brillante catedrático Feliciano Barrios Pintado, oriundo de Zamora, caballero cubiculario electo en 2023, pendiente de toma de juramento. Antón Martín, Juan de Ávila… rescataba de los archivos personajes casi olvidados. Entraba y salía a su antojo en todas las instituciones del Vaticano, ayudando a muchos historiadores en el archivo pontificio y la biblioteca vaticana. Fue condecorado por la Guardia Civil. "Pensar en el futuro obliga a vivir un presente intenso", dijo en una de sus últimas entrevistas: "Vivir el día a día con esperanza, siendo luz y sal donde uno trabaje, viviendo con dignidad al servicio de la sociedad". El pasado 26 de enero me escribía un whatsapp: "Estoy en nuestra comunidad de Madrid, para lo que necesites". Tenía 80 años.

El pasado 15 de mayo el malogrado Padre Manuel me decía por whatsapp de su paisano: "Que el Señor le haya premiado con el premio de los justos". Y es que tampoco él tenía un no para nadie. Además de muchos cargos de gobierno en los Franciscanos y de su labor docente en la universidad, era persona de escucha empática y buen consejo. Con su mirada, aparentemente dispersa, descifraba en un momento el corazón de las personas. No sólo se ha llevado a la tumba los secretos de este pontificado, sino también las lágrimas de compatriotas que acudían a él para confesarse o aconsejarse. "Paciencia y esperanza, sin rencor. Todo se solucionará cuando Dios quiera", les decía. Y Dios acababa dándole la razón. Puedo dar fe de ello. No en vano, ayer domingo el propio Papa Francisco acudió a las siete de la mañana a la iglesia de los Santi Quaranta Martiri e San Pasquale Baylon para quedarse a solas largo tiempo frente a su féretro. Más tarde, en el Ángelus, en plena plaza de san Pedro, le recordó agradecido como “un superior, un confesor y un consejero". Rechazó siempre su ascendencia sobre el papa para hacer favores personales. Hoy está también él entre esos justos. Tenía 85 años.

El año pasado la Real Cofradía de Caballeros y Damas, Cubicularios de San Ildefonso y San Atilano, Cuerpo de la Nobleza de Zamora, pidió a ambos ingresar en la corporación y estaban pendientes de tomar posesión. Ningún lugar mejor que el cielo, incluso que la iglesia arciprestal de san Pedro y san Atilano, para jurar directamente ante Dios. Nada ennoblece más que el servicio a los demás. El título, sea conferido por quien sea, no hace más que reconocer esa nobleza. A ellos les daba apuro ese reconocimiento, pero lo entendían como estímulo a los demás para trabajar por el bien común.

Sólo Dios sabe por qué Zamora está tan cerca de Roma y por qué dos zamoranos han prestado un servicio tan directo a la Santa Sede. Será por su la fe, la honestidad, la laboriosidad y la discreción de sus gentes, que cuando asumen un compromiso lo llevan hasta el final. Será, como dice Carmen Ferreras, porque son las únicas dos ciudades en el mundo que contienen la palabra amor: Roma, al revés, y Zamora, sin la "z" inicial y la "a" final. Y. como lo dijo el Papa Francisco en 2016, en el libro-entrevista con el periodista Andrea Tornielli, "El nombre de Dios es amor".