Opinión

Las luces de Juan Manuel de Prada

Nos hace saborear lo sublime de una lengua tan maleable como primorosa

JUAN MANUEL DE PRADA

JUAN MANUEL DE PRADA / PACO CAMPOS

He leído de varios tirones, como no podía ser de otro modo, las 796 páginas de la primera parte de la última novela de Juan Manuel de Prada "Mil ojos esconde la noche" subtitulada "La ciudad sin luz". Espero leer, si Dios quiere, la segunda parte, que se titulará "Cárcel de tinieblas". Este escritor es zamorano por parte de padre y de madre, aunque nacido en Baracaldo en 1970. Su padre es natural de Arquillinos y su madre de Aspariegos, dos pueblos incrustados en la Tierra del Pan, que se están vaciando acelerada e inexorablemente. Se crio en Zamora desde su más tierna infancia. Allí en la Biblioteca Municipal devoró los primeros libros mientras su abuelo ojeaba "El Correo de Zamora".

Pero vayamos al asunto, que es la novela. Creo que "La ciudad sin luz" es tanto en su estructura como en su lenguaje genuinamente juanmanuelista, es decir, entreverada de frescura, audacia, insolencia veces y sorprendente originalidad al describir a personajes como César González-Ruano "Ruanito", María Casares, Pepito Zamora, Ana de Pombo, Ana María Martínez Sagi, Nana de Herrera, Gregorio Marañón ("nadador entre dos aguas") y su obra "Tiberio", Picasso, tildado de "pintamonas y garajista…".

Tiene muy clara su vocación de escritor, que lleva a cabo con tesón de orfebre usando unas construcciones gramaticales que adapta incluso sin tapujos, cuando así lo exige su retranca zamorana, para ponderar la visión que tiene de la realidad y ofrecerla tal cual

Todos ellos vivaquean en las inmediaciones de Montmartre, Monparnasse y Pigalle con otros artistas españoles, rojillos de medio pelo, mangantes y busconas durante la Francia ocupada por Alemania. El narrador y protagonista de la novela es Fernando Navales, un personaje rescatado de su novela "Las máscaras del héroe", un falangista sin escrúpulos con la misión de granjearse la simpatía y la colaboración de los artistas españoles exiliados con el nuevo régimen franquista. Trata con gran deferencia y admiración al embajador español José Félix de Lequerica en un París ocupado por las huestes del "ángel con gabardina y bigote" (así alude a Hitler). Además de enaltecer su buen gusto culinario, pone en su boca algunos chistes tan hilarantes como oportunos, dadas las circunstancias.

Juan Manuel de Prada vuelve a demostrar que posee un estilo propio, que ya afloró en su primer libro "Coños", y que escribe sin más ataduras que su propia voluntad, que no es caprichosa, sino fruto de un trabajo concienzudo antes de escribir a mano una novela como esta, que constará de dos volúmenes y más de mil quinientas páginas. No es de extrañar que, como él mismo ha confesado, se haya quedado con algunos dedos destrozados. También Camilo José Cela escribía sus novelas a mano en cuadernos con las hojas rayadas, como pude comprobar al tener en mis manos el original de "La familia de Pascual Duarte": me lo mostró José María de Cossío hace algo más de 50 años en su casona cántabra de Tudanca.

Me parece que Juan Manuel de Prada no se encuentra cómodo traído y llevado por media España "como puta por rastrojos" –así lo ha manifestado él mismo– para promocionar "La ciudad sin luz". Y es que lo suyo es escribir y dejar que otros se ocupen de las promociones o de las denostaciones, que también los hay.

De Prada tiene muy clara su vocación de escritor, que lleva a cabo con tesón de orfebre usando unas construcciones gramaticales que adapta incluso sin tapujos, cuando así lo exige su retranca zamorana, para ponderar la visión que tiene de la realidad y ofrecerla tal cual, sin envoltorios eufemísticos.

La prosa de Juan Manuel de Prada es reconocible de un vistazo, lo mismo que la de Quevedo, porque huye de frases hechas, vulgarismos y anacronismos. Esto es lo grandioso de un escritor cabal, que nos hace saborear lo sublime de una lengua tan maleable como primorosa.

Suscríbete para seguir leyendo