Al grano

La manta zamorana no deja ver el sol

Nunca la necesidad llegó a ser tan virtuosa

Paraje de los Arribes del Duero

Paraje de los Arribes del Duero / LOZ

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

No es fácil sobrevivir a este clima preagónico que ocupa Zamora desde hace tiempo y que se ha posado en calles, casas y campos, llenándolo todo como si un mar de depresión se hubiera desbordado e inundado el mapa provincial desde Porto de Sanabria a Vallesa de la Guareña, desde Castroverde de Campos hasta Fermoselle, taponando las salidas para que el lago interior acabe cercado por orillas rocosas imposibles de reventar ni con dinamita.

Los zamoranos de dentro vivimos maniatados por el mantra del desvalimiento, ese sentir que esta tierra no tiene remedio porque se ha quedado anclada en el pasado más oscuro y ha caído sobre ella una maldición divina que la está condenando a disolverse en la nada ante la desidia intencionada de quienes tienen la potestad, pero no la voluntad, de activarla; pues no.

Basta ya de llorar por lo que aún no hemos perdido, la dignidad, e imbuidos por el ánimo de los que nos visitan que siempre nos dicen que somos incapaces de detectar que vivimos en una tierra de promisión, salgamos por ahí a cantar nuestros valores y a lucir nuestra biodiversidad bajo la bandera de tradiciones y costumbres únicas que aún vivaquean entre una naturaleza tan propia como diferente y los resquicios, aún calientes, de la cultura rural.

Saquemos pecho porque si somos mayores es porque hemos sobrevivido mejor que otros, que si nuestros hijos y nietos se han ido es para formarse fuera y ya volverán convencidos de que aquí hasta las piedras cantan historias por las esquinas, que cuando nuestros pueblos y ciudades se despueblan permiten que los que se quedan vivan en un ambiente más natural y descontaminado, un lujo en tiempos de globalización, masificación, tasas turísticas y casas por las nubes.

Que tenemos parajes naturales que son una maravilla, que nos sobra agua embalsada, que generamos mucha más energía que la que consumimos, y que con 16 habitantes por kilómetro cuadrado nos reímos hasta desternillarnos de quienes sobreviven apiñados, manchados de grises, en las ciudades mastodónticas que se quedan vacías todos los fines de semana porque son insalubres y peligrosas (¿).

Dejemos que se crean que aquí vivimos mal para que nos dejen en paz y nos den por perdidos, que así aprovechamos para seguir apostando por la agroindustria y transformamos nuestras materias primas en alimentos saludables, que serán nuestro mejor escudo frente a un futuro que se presenta puntiagudo y hambriento porque por ahí no dejan de crecer y a este paso acabarán comiéndose unos a otros; uf, porque es de justicia, lo tenía que escribir de corrido y lo he escrito, que cada quien entienda lo que quiera.