Al grano

Fiestas de la (no) empatía

Aquí va la propuesta para la próxima campaña municipal de concienciación ciudadana

Miles de personas disfrutan de las Ferias y Fiestas de San Pedro.

Miles de personas disfrutan de las Ferias y Fiestas de San Pedro. / José Luis Fernández

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

Mucha gente por las calles, sí, y un tiempo para el recuerdo: nunca hubo un día de San Pedro tan gris (y seguramente con tantos viandantes). Eso es lo que va a quedar pegado en la memoria de las fiestas capitalinas de Zamora. Poco más. Ah, bueno, la decadencia de las ferias tradicionales, ajo y cerámica, cada vez quedan menos valientes pegados a la tierra. Y la suspensión por mal tiempo, bien temprana, por cierto, con días de antelación, del festival de flamenco.

Las estrellas (de la música, del espectáculo, de lo que sea) no vienen a Zamora, ni tan siquiera a la plaza de toros, como antes. La capital no tiene dinero para pagar su voluntad; los zamoranos, tampoco, por lo que se ve.

Entre vuelta y vuelta, paseo por Santa Clara y brincos en la Plaza Mayor, uno, que es muy rarito —y viejo—, se pone a analizar el paisaje humano que tiene tanto que pintar que desborda el cuadro. Y la conclusión es desalentadora.

Tanto buenismo, tanto pacifismo, tanto manual del buen comportamiento y consejitos y... ¿para qué? Hay una parte de la gente —cada vez más parece— que pasa de todo. Lo de la empatía no se enseña en los colegios, ni en las televisiones, ni en las campañas oficiales de este o del otro gobierno. Hay personas que solo piensan en ellas, para quien los demás son árboles que solo hacen paisaje.

Ocurre en los espectáculos gratuitos. Hay quien acude allá donde no haya que pagar, da igual si no sabe de qué va el rollo. Se sienta el primero si hay para hacerlo. A los cinco minutos del inicio del acto, cansado y agotado, se levanta, y se nota mucho, claro, porque estaba radicado justo al lado del escenario. Se va disimulando, como si tuviera una urgencia. Llega el turno de "bises" y en el recinto quedan cuatro gatos. ¿Qué pensará el artista o artistas de turno? ¿Qué respeto hay por el espectador que va a ver el espectáculo porque le gusta? Pues eso.

Y si te toca esperar para ver la "Subidaza" por Balborraz te das cuenta que hay padres y madres que se fían la intemerata de sus hijos pequeños. Andan por allí, corretean entre pasos de granito que tienen unas esquinas cortantes que dan miedo y los progenitores a su bola. No pasa nada, hasta que se rompan la crisma, claro, que después la culpa será del Ayuntamiento.

Padres y niños se sientan donde les da la gana y si alguien quiere pasar por el pasillo que debe quedar libre para que transiten los transeúntes pues, que brinquen, que yo no me muevo. O en el bar que está a reventar hay una silla reluciente con un bolso encima que no sé sabe de quién es, pero que allí está, minutos y minutos. O los del paraguas en la plaza de toros. O la pareja que se mete a codazos para ver más de cerca a quien canta en la verbena. O...

Hoy estoy espléndido. Le doy el título —gratis— al Ayuntamiento, tan amigo de campañas, para la próxima: "Para ser tú, ponte en la piel del otro".

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