Opinión | Escalera hacia el cielo

La misión es lo que importa

No puedes más y quieres rendirte, es ahí cuando tu mente consigue forzar a tu cuerpo para seguir adelante

Ilustración

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Es terrible. Cada mes, alrededor de doscientos zamoranos piensan seriamente en tirar la toalla. No soportan el inaguantable dolor que les supone tener que afrontar un nuevo día, y lo único que desean con todas sus fuerzas es quitarse de en medio. Lo peor, de esos doscientos, cerca de veinte lo consiguen. Se suicidan.

¿Qué lleva a alguien a valorar que la mejor opción es acabar con su vida?

Hace unos días, un exhaustivo y demoledor Informe Internacional sobre Bienestar Mental del Grupo AXA desvelaba que el 34 por ciento de los españoles confiesa que no se siente bien mentalmente, y reconoce tener problemas. Uno de cada tres, son demasiados españoles. Un 27 por ciento toma psicofármacos. El 62 por ciento dice sentirse estresado. Y un 65 por ciento acude al médico por cuestiones de salud mental.

La muerte es el inevitable final del camino, y no debería ser una elección.

No hace mucho sufrí un percance, gajes del oficio. Sujetando a uno de mis sementales de más de cien kilos con intención de hacerle la necesaria pedicura, en un descuido, soy humana y sujeta al humano cansancio, pataleó y me clavé la navaja sucia del contacto con estiércol en el muslo.

En Urgencias de Villalpando me desinfectaron y vacunaron a conciencia, el Dios de Israel les tiene reservado un puesto de honor allá en el Valhalla a esta buena gente de infinita paciencia. Después, me mandaron a la capital para que me valorara el cirujano, descartara la existencia de daño interno y procediera a realizarme otro zurcido.

Me llamó la atención que en el instante en el que les informé de que era pastora pasaran a restarle importancia al, hasta entonces serio, incidente. El médico de Villalpando lo justificó diciendo que su currículum incluía un largo historial de costillas pastoriles rotas a causa de avalanchas. Mientras que el cirujano se limitó a decir: "¿Ovejas? Qué me va a contar, si mi padre es pastor. ¡La de carreras de Medicina que han pagado esas salvajes!".

GER debería publicar un tratado filosófico sobre cómo afrontar los envites de la vida con el título de Cambia las benzodiacepinas por un rebaño y serás feliz como un perro

En cualquier otra provincia hubiera acabado en el cuartelillo o el juzgado.

Pero esto es Zamora, antaño las coordenadas dentro de suelo europeo con más ovejas por metro cuadrado. Ovejas con las que hay que lidiar cada día, salvo que se tenga familia numerosa, y se puedan hacer rotaciones. Como en el futbol.

Pero esto es Zamora, repito, y pese a que creo que la medalla de oro ovejuna la ostenta ahora cierta provincia de la Meseta Sur de cuyo nombre no consigo acordarme, aquí la mayoría de granjas las sigue llevando a solas un pastor. Obvio que no conozco a todos los pastores, pero de los muchos con los que tengo trato, puedo decir que en lugar de vivir amargados de la vida, son gente de abierta sonrisa perenne.

Pregunta: ¿por qué un oficio tan sufrido, extenuante, y peligroso, que exige más horas de las que tiene el día, no acaba conduciendo al abuso de legales drogas duras o directamente a la habitación acolchada? Respuesta: porque el pastor sabe cuál es su lugar en el mundo. Tiene un objetivo claro en la vida, una misión que cumplir: esperar a que se seque el rocío de la mañana para salir al campo con el rebaño un día más. Y la misión es lo que importa.

A ojos profanos puede parecer un ideal de mierda, da igual, porque el pastor sabe qué es lo que se espera de él, y es insuperable haciendo su labor. Con el deber cumplido, que no es otro que ayudar a que los animales paran y críen bien, le basta y sobra.

Empero la vida del pastor no es un remanso de paz. Tiene que enfrentarse al mismo aluvión de problemas que quien no tiene la suerte de serlo: economía, soledad, enfermedades, tristeza, duelo y ausencia, separación, juicio por divorcio, hijos adolescentes rebeldes, padres ancianos rebeldes, violencia y malos tratos, obligaciones legales injustas y absurdas... El pastor también se hunde en el pozo sin fondo de la miseria más absoluta.

Un día el cuerpo dice basta. No aguanta más, sólo desea rendirse, abandonar. Perdidas las ganas y la alegría, duelen todos los músculos del cuerpo, y porque no hay más que si no, también dolerían. Y es en ese momento, pese al agotamiento, el hambre, la falta de sueño, los juramentos y las blasfemias, cuando la empecinada fortaleza de la mente pastoril, consigue tirar del cuerpo y forzarlo a seguir adelante. Aquí no se rinde nadie, carajo.

Los pastores no son superhéroes, tienen a la Ciencia de su parte.

Son incontables los informes y estudios que evidencian que quien vive en la Naturaleza, vive más y mejor. Igual que está demostrado que el duro trabajo físico genera que el cuerpo segregue endorfinas, las conocidas como hormonas de la felicidad.

Quizás desde Ganaderas en Red (GER) deberíamos plantearnos publicar un tratado filosófico sobre cómo afrontar los duros envites de la vida sin dejar de pastorear con la sonrisa pintada en la cara, con el esclarecedor título de "Cambia las benzodiazepinas por un rebaño y serás feliz como un perro".

Prestaríamos un doble servicio a la sociedad, alimentando cuerpos y mentes.

Ganadera y escritora

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