De mi lejana época como apasionado director del periódico del colegio, aprendí que la mejor noticia sobre un tema peliagudo puede ser la falta de noticias. El aserto viene como anillo al dedo a las informaciones periodísticas sobre la epidemia de ébola. Después de un período de febril información, han quedado relegadas y subsumidas por la rabiosa actualidad política que nos acogota hasta la extenuación y el aburrimiento. Como se esperaba, el penúltimo episodio de la médico cooperante en Mali ha resultado negativo, confirmando a España como país libre de ébola -momentáneamente-, según los estrictos criterios de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Empero, como aquí nos acordamos de santa Bárbara solo cuando truena, las buenas noticias no deberían hacernos bajar la guardia en la estricta vigilancia sanitaria.

Porque el reservorio de ébola sigue latente en África con toda su crudeza, sin ser controlado. Desde su estallido inicial en marzo en Guinea Conakry, la enfermedad se ha extendido a Liberia y episódicamente a Mali y áreas geográficas limítrofes. Las deficientes condiciones higiénico-sanitarias, la transferencia del ébola desde aldeas rurales a núcleos urbanos masificados y ciertos hábitos culturales asociados a rituales funerarios, explican esta elevada tasa de prevalencia, condicionando un pronóstico incierto en su evolución futura. Mientras en nuestro llamado ""primer mundo" el aislamiento y diagnóstico temprano garantizan el restablecimiento de pacientes sin factores patológicos adicionales y previenen su diseminación, la situación en las regiones afectadas del continente africano es dramática.

El mundo occidental no puede eludir su responsabilidad con África, ciñéndose a meros gestos caritativos; despreocupándose si las epidemias (y otras catástrofes) ocurren lejos y reaccionando desaforadamente cuando llaman a sus fronteras. Junto a la terrible pandemia de sida que ha acarreado efectos devastadores sobre la población africana, en 1976 surgieron los primeros brotes sostenidos de ébola, sin olvidar la pervivencia crónica de malaria. La OMS considera insuficiente el esfuerzo abnegado e impagable de las organizaciones voluntarias para controlar la epidemia actual. Hace falta un compromiso coordinado de Occidente que incluya recursos materiales y humanos, más un apoyo firme a las farmacéuticas para obtener antivirales eficaces y vacunas seguras (de probable disponibilidad inminente).

Como en tantas facetas de nuestra vida social, la exigencia de actuación a los gobiernos no excluye nuestra responsabilidad individual. Los límites entre caridad y justicia suelen ser difusos. Estos días navideños desbordantes de buenos deseos y mejores propósitos, que no suelen pasar del intento, quizá constituyan un momento propicio para reflexionar sobre este clásico aforismo: "Hombre soy, nada humano me es ajeno".