Pedro de Vegas Hernández fue una víctima más de la Guerra Civil. Nacido en Villasescusa el 13 de marzo de 1893, era hijo de Joaquín de Vegas Moya, quien se convirtió al protestantismo tras la Revolución de 1868. Siguiendo la estela del progenitor, Pedro de Vegas se hizo pastor protestante y regentó una librería en Córdoba, que frecuentaba el escritor Pío Baroja durante su estancia en la ciudad andaluza. El autor de este reportaje, que se presentará en dos partes, Patrocinio Ríos, es profesor e investigador con importantes aportaciones a la historia del protestantismo. En el mismo argumenta cómo el escritor vasco de la Generación del 98, se inspiró en el librero zamorano para escribir algunos capítulos de la novela «Los visionarios».

La religión cristiana no es asunto escaso en los textos de Pío Baroja, quien siempre adopta ante ella un enfoque opuesto al catolicismo. En el ensayo «La barbarie y la crueldad política», incluido en Rapsodias (1936), conjunto de ensayos y crónicas, dejó esta manifestación: «Español auténtico, según ellos [los tradicionalistas], es sinónimo de católico, de romano, de enemigo de la Reforma y de la Revolución. Tendrán que hacer un estante especial para los españoles que no nos sentimos romanos ni partidarios de una revolución cuyos hechos principales son las colas en las panaderías y tiendas de ultramarinos».

Lo que Baroja no apuntó en esa manifestación 'antirromana' fue su postura ante la Reforma, ante los reformadores o ante los reformados. Tampoco los estudiosos han realizado todavía de manera monográfica el estudio del mundo protestante en su obra. Carmen Iglesias sostiene en El pensamiento de Pío Baroja. Ideas centrales (1963) que Baroja «al hablar de lo cristiano, sólo en contadas ocasiones incluye en el grupo a los protestantes». Un poco más abajo aventura una explicación: «Consideramos que la escasez de alusiones al protestantismo, y la moderación con que aquéllas aparecen, se debe, en parte, a un mayor respeto ante esas religiones, pero, principalmente, a la falta de contacto de Baroja con el mundo protestante».

Son válidas estas palabras de forma general, aunque pienso que no son tan escasas las alusiones al protestantismo ni es tan corta la nómina de personajes protestantes ni a Baroja le faltó contacto con ese mundo de los reformados o reformistas. Desde niño ha oído hablar de él, y El cura de Monleón (1936) acusa muchas lecturas de teología protestante. No es posible tratar ahora todas estas cuestiones. Me limitaré a presentar al pastor, maestro y librero Pedro de Vegas Hernández como personaje real de Baroja, nacido en Villaescusa (Zamora) en 1893 y muerto trágicamente en 1936, como algunos otros paisanos correligionarios. Antes recordaré una curiosa anécdota que cuenta Baroja acerca de otro personaje protestante llamado «don Fernando», que pudo ser su primer 'contacto' con el protestantismo. Tuvo lugar cuando era niño, en la ciudad de San Sebastián, donde vivió desde su nacimiento en 1872 hasta 1879, año en el cual la familia se traslada a Madrid. Lo relata así el escritor en el libro de notas autobiográficas titulado Las horas solitarias (1918):

«En San Sebastián, cuando yo era chico, había enfrente de casa un señor que se llamaba Fernando y que decían que era protestante. Este señor salía al balcón a leer un libro y echaba migas de pan a las golondrinas, que tenían un rosario de nidos en el alero. Cuando se marchó don Fernando, el amo de la casa fue con un palo y quitó todos los nidos. Así que en el diccionario de la infancia yo tenía estos sinónimos: «Protestante: hombre que lee un libro y le gustan los nidos de las golondrinas. Católico: hombre que no lee nada y tira los nidos de las golondrinas». (III, xi)

En otra ocasión identifiqué a este «don Fernando»: se apellidaba Brunet y junto con el bibliófilo Luis Usoz y Río, sobre el cual Baroja publicó un largo artículo titulado «Diario de un protestante español del siglo XIX» (1933), participó en la edición y difusión de literatura protestante. Lo más llamativo es que algunas de las obras difundidas por estos dos heterodoxos españoles se editaron a mediados del siglo XIX, de forma clandestina, en la imprenta de Ignacio Ramón Baroja, tío abuelo de Pío.

La figura de «don Fernando» leyendo se constituye en imagen caracterizadora de otros protestantes que aparecen en Baroja, españoles o extranjeros, reales o ficticios, siempre relacionados con los libros. Precisamente en la novela Los visionarios, donde vamos a encontrar a Pedro de Vegas, el exseminarista Fermín Acha, protagonista de la acción, realiza esta apreciación (libro V: «Los milagros de Ezquioga»): "-[?] Nosotros los católicos, los que siguen practicando y los que hemos abandonado el catolicismo, tenemos una posición espiritual insegura para muchas cosas. Una de las grandes ventajas de los protestantes ha sido leer asiduamente y con atención un libro durante cientos de años. Nosotros, la gente de tradición católica, no hemos leído nada con atención sostenida. Yo no he conocido escritor moderno ni cura que haya leído un libro de los famosos con asiduidad y bien».

«Los visionarios», incluida en la trilogía de «La selva oscura», es una novela mixta, hecha de reportaje y reflexión, gestada con las experiencias de un viaje por el sur de España a comienzo de la década de 1930-1940. Está firmada en Itzea en agosto de 1932. Comienza la acción cuando acaba de caer la Monarquía. En ella nos da un panorama sociológico observado desde la subjetividad independiente que caracteriza al autor. Asistimos a distintos ambientes que van desde el campo a la ciudad y desde el obrero al aristócrata.

Cuando Fermín Acha está en Córdoba entra en una librería de viejo a las que tan aficionado era a su vez Baroja y de cuya importancia para su vida da personal testimonio en Las horas solitarias y en Final del siglo XIX y principios del XX (1945). El librero en esta ocasión es un protestante. El narrador no menciona su nombre, pero se trata indudablemente de Pedro de Vegas Hernández. El episodio constituye un breve capítulo titulado «La tertulia en la librería» (VI, vii).

Fermín acude al establecimiento el Sábado Santo por la mañana y entonces el interés se centra, como veremos, en la figura del librero. Cuando el visitante vuelve por la tarde el asunto se desplaza del librero a la tertulia que se celebra en la librería. La elección de un lugar como éste y la tertulia que allí se desarrolla le permiten fácilmente a Baroja hablar de distintos aspectos sociales, entre ellos el de la política y el de la escasa afición a la lectura que tiene el pueblo andaluz, que vale tanto como decir el español. Fermín escucha el testimonio de un corredor de libros de una ciudad importante y cercana. Ha tenido una pequeña librería y un puesto de periódicos y sentencia que «allí no lee nadie». A continuación el narrador da entrada a la cuestión política y hace esta observación: «Pronto se tocó el punto de la política, y se enzarzaron en discutir con pasión. Se fue reuniendo gente, que oía con curiosidad. La mayoría de los tertulianos de la librería eran socialistas y tenían un criterio moderado. Se veía en ellos el ingenio natural del andaluz obrando sobre lugares comunes; querían averiguar por intuición cosas ya conocidas y sabidas».

Fermín, después de un breve intercambio de palabras con un viejo acerca del sindicalismo y del socialismo, sale de la librería haciendo esta reflexión: «Se ve que todo el problema intelectual de los andaluces está en que quieren saber sin leer. Eso es lo que pasa un poco a todos los españoles, pero a éstos mucho más. Aquí se ve que la gente quisiera saber qué es el mundo y el socialismo, y qué se piensa en Francia, en Inglaterra y en Alemania; pero lo quisieran saber por una conversación, no por una lectura».

La opinión negativa que saca Fermín de los andaluces y de los españoles en general, en cuanto a la lectura, contrasta con la estimación que ha despertado en él la figura del librero al que conoció por la mañana:

«Al día siguiente Fermín anduvo a la busca de una librería de lance, y encontró una en la plaza del Salvador.

El librero, hombre de mediana estatura, calvo, con anteojos, vestido con un guardapolvo gris, parecía hombre culto. Le preguntó Fermín si no quedaban libros antiguos en la ciudad. Al parecer no quedaba ninguno, al menos en el comercio. Quizá había bibliotecas importantes, aunque lo dudaba.

En la conversación, el librero citó algunos libros en latín.

-¡Cómo! ¿Sabe usted latín? -le preguntó Acha.

-Sí, un poco.

-¿Es que ha estudiado usted para cura?

-Sí, yo he sido pastor protestante.

-Hombre, ¿qué me dice usted? ¿Y es usted de aquí?

-No; yo soy de Zamora. Mi padre, en la revolución de Septiembre, se convirtió al protestantismo y a mí me hizo pastor, y he estado de pastor y de maestro en Cádiz y luego en Córdoba.

La semejanza de carrera con él le produjo a Fermín gran estimación por el librero. Hablaron largamente».

Es sabido que a Baroja le gustaba mucho la ciudad de Córdoba. También en Las horas solitarias dice estar leyendo en Córdoba a otro protestante, Kierkegaard, el «pastor evangélico dinamarqués», y eligió la ciudad de Córdoba para ambientar la novela La feria de los discretos (1905), cuya acción sucede en torno a 1868. Mero detalle, pero que no resulta inoportuno recordar ahora: en un momento determinado el protagonista de esta novela, Quintín García Roelas, asiste a una representación teatral «en donde aparecía un cura evangélico» (XXVII).

Ninguna de esas alusiones a Córdoba guarda relación con Pedro de Vegas, quien por entonces no era librero ni conocido de Baroja. El encuentro novelado se produjo en 1932, según su hija Doña Esther de Vegas Martín, a quien manifiesto expresamente mi gratitud por la información testimonial facilitada en unas ["Memorias"] mecanografiadas, donde hace esta precisión cronológica sobre la visita de Baroja a la librería: «Al año siguiente [a 1931] Dn. Pío Baroja estuvo en Córdoba donde escribió algunos de los capítulos de su novela 'Los visionarios'. Frecuentaba la librería y gustaba de hablar con mi padre, y el capítulo VII de la novela citada que intituló 'La tertulia en la librería' fue precisamente el primer diálogo que mantuvo con él, mostrándose gratamente sorprendido ante el grado de cultura de mi padre (hablaba inglés y sabía latín, griego y hebreo además de un castellano correcto)».

Conforme al episodio novelado, Pedro de Vegas Hernández era zamorano. Como dije, nació en el pueblo de Villaescusa, el 13 de marzo de 1893. Su padre, natural del mismo lugar, se llamaba Joaquín de Vegas Moya y se convirtió al protestantismo tras la Revolución de 1868. (El pueblo contó con un altísimo porcentaje de protestantes, pertenecientes a la iglesia episcopal, y algunos de ellos han llegado a ser alcaldes.) Pedro de Vegas estudió en el seminario evangélico de Puerto de Santa María, donde se localizaba esta institución desde 1884 hasta su traslado a Madrid en 1919 y posteriormente a El Escorial. Fue ordenado pastor evangélico «sobre el año 1918, año en el que igualmente contrajo matrimonio con Josefa Martín Martín», según hace constar su hija doña Esther y ratifican los libros de actas de la iglesia de Villaescusa, que amablemente me permitió consultar el obispo de la Iglesia Reformada Carlos López.

Ya casados, el matrimonio se estableció en Córdoba para hacerse cargo de la Iglesia Evangélica (sita en la calle Candelaria, número 12) en sustitución del pastor Rafael Blanco. El pastor De Vegas, además, como era habitual entre pastores protestantes, tenía a su cargo la enseñanza en las escuelas evangélicas, actividad que compartía con su esposa. Ejerció el pastorado hasta 1929, y en 1930 dejó la vivienda anexa a la iglesia y se trasladó a la calle Arenillas. Entonces puso el negocio de la «Librería de Ocasión» y «Biblioteca Circulante» en la Plaza de San Salvador, emplazamiento consignado también por Baroja. Según los datos de Esther de Vegas, «Para poder instalar el negocio tuvo que desprenderse de la Enciclopedia Espasa que vendió en 2.000 pesetas a Dn. Juan Font, propietario de la desaparecida "Librería Font". También fue ayudado mucho por Dn. Rogelio Luque, librero, buen amigo suyo, y cuya vida fue destruida, como la de tantísimo inocente, en aquel aciago año de 1936».